Este cuento me parece extraordinario. Que lo disfruten!!
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Una ranita
salió con una amiga a recorrer la ciudad, aprovechando los charcos que dejara
una gran lluvia.
Ustedes
saben que las ranitas sienten una especial alegría luego de los grandes
chaparrones, y que esta alegría las induce a salir de sus refugios para
recorrer mundo.
Su paseo
las llevó más allá de las quintas. Al pasar frente a una chacra de las afueras,
se encontraron con un gran edificio que tenía las puertas abiertas. Llenas de
curiosidad se animaron mutuamente a entrar.
Era una
quesería. En el centro de la gran sala había una enorme tina de leche. Un
tablón permitió a ambas ranitas trepar hasta la gran olla, en su afán de ver
cómo era la leche.
Pero,
calculando mal el último saltito, se fueron las dos de cabeza dentro de la
tina, zambulléndose en la leche.
Lamentablemente
pasó lo que suele pasar: caer fue una cosa fácil; salir era el problema.
Porque, desde la superficie de la leche hasta el borde del recipiente, había
como dos cuartas de diferencia. Y aquí era imposible ponerse en vertical. El
líquido no ofrecía apoyo ni para erguirse ni para saltar.
Comenzó el
pataleo. Pero, luego de un rato, la amiga se dio por vencida. Constató que
todos sus esfuerzos eran inútiles y se tiró al fondo. Lo último que se le
escuchó fue: "Glu-glu-glu", que es lo que suelen decir los que se dan
por vencidos.
Nuestra
ranita, en cambio no se rindió. Se dijo que, mientras viviera, seguiría
pataleando. Y pataleó, pataleó y pataleó. Tanta energía y constancia puso en su
esfuerzo, que finalmente logró solidificar la nata que había en la leche y,
parándose sobre el pan de manteca, hizo pie y saltó para afuera.
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