En el acompañamiento nos confrontamos una y otra vez al tema del límite. Entre las personas que buscan ayuda, existen muchas que padecen por no poder establecer límites. Ellas no pueden decir no, sino que se encuentran bajo la presión interior de satisfacer todos los deseos que les formulen. Piensan que deberían corresponder a todas las expectativas posibles de los demás. Tienen miedo de decir no, porque temen ya no sentirse pertenecientes, o porque creen que experimentarán rechazo si se rehúsan a algo. Otras comen sin medida: no perciben su propio límite. Y padecen por no poder ponerse límites.
Otras, a su vez, han perdido la capacidad de delimitarse frente a las personas de su entorno. Sus límites se deshacen. De inmediato perciben lo que sienten los demás. Pero no es positivo, de ninguna manera, ya que sus propios sentimientos se confunden constantemente con los de los demás. Están expuestas a los estados de ánimo del entorno y permiten que éstos las determinen. A veces tienen incluso la impresión de que se desintegran. Viven desprotegidas. Quien analiza las historias de vida de estas personas, notará pronto que las causas de ello con frecuencia se remontan muy atrás. Las personas sin límites generalmente han sufrido en la infancia la falta de respeto de sus límites. Tales experiencias lastiman a las personas afectadas. No sólo duelen, muchas veces también tienen consecuencias problemáticas y efectos posteriores duraderos: todos necesitamos nuestro marco de protección. Un ejemplo es la madre que, sin golpear la puerta, ingresó al cuarto de su hija, en su ausencia buscó en los cajones o leyó su diario. Una y otra vez se da este caso: quien sufrió en la infancia tales lesiones a sus límites, a menudo tiene dificultades en sus relaciones durante toda su vida. Los ejemplos pueden continuarse. Todos muestran que nuestra vida únicamente puede resultar exitosa si la vivimos dentro de determinados límites.
¿Pero cómo resulta la vida de una persona, que siempre es una vida de relación? Sin la capacidad de delimitarse no es posible percibir la propia persona y desarrollar su personalidad. La simple mirada al sentido de la palabra lo indica: “persona” significó primitivamente “máscara”; esto es algo que sostengo frente a mí. Puedo tomar contacto con el otro a través de la máscara. El vocablo en latín personare, significa “sonar fuerte”. A través de mi voz, de mi habla, llego a la otra persona, y de este modo se produce el encuentro. Para que el encuentro resulte es necesario un buen equilibrio entre límite y violación del límite, protección y apertura, delimitación y entrega de sí mismo. Debo conocer mi límite. Recién entonces podré traspasarlo para acercarme al otro y encontrarlo, para palparlo en el encuentro y, probablemente, experimentar un momento de llegar a ser uno.
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